miércoles, 22 de enero de 2020

Estado neoliberal y modernidad como escultores de cuerpos transgredidos a través de la mirada.

El presente análisis pretende vislumbrar la relación que existe entre el Estado, el cuerpo y la violencia. Para alcanzar el mencionado objetivo, se hace necesario tener un soporte solido a través del entendimiento de diferentes autores que, desde perspectivas latinoamericanas, nos brindan instrumentos que hacen dar cuenta del estudio sociológico de la violencia aterrizado a la particularidad del país al que estamos sujetas o sujetos a vivir. Países “tercermundistas”, abrumados casi siempre o siempre por países europeos u occidentales, castigados, azotados por la marginación y puestos en un campo de batalla entre ellas y ellos mismos. 

Los textos por estudiar dejan un mal sabor de boca y no es que no cumplan con la rigurosidad intelectual y científica que la academia te exige a punta de conceptos hegemónicos, patriarcales y/o occidentales, porque sí, estos se encuentran salpicados en alguna de cita de Marx, Horkheimer, Durkheim, Erving Hofmann o Foucault. Sin embargo, no se deja de lado, la realidad de los territorios que viven día a día el escarmiento y cargan en sus espaldas procesos que violentan al cuerpo, más allá de los campos de concentración nazi. 

Así pues, me parece de suma importancia la exploración de estas y estos autores, que creyera que se encuentran resentidas y resentidos con el Estado, el capital y las instituciones que se desprenden de ello. No obstante, al cuestionar el propio espacio y tiempo en el que cada uno tropieza, parece poco posible, no llamar a la academia y hacer énfasis en conceptos como “epistemología del terror”, “civilización brutal”, “violencia autoritaria”, “despersonalización e incertidumbre como instrumento de control del cuerpo”. 

Me es necesario exponer entonces, que cada uno, definen al cuerpo como aquel que recibe el castigo doliente. A pesar de que aún, ese tipo de violencia no se entrevé de forma urgente en la sociedad, es preciso cuestionar violencias hacia el cuerpo mucho menos visibilizadas, asimismo surge la pregunta, ¿De qué manera el cuerpo, sígnica y comunican relaciones violentas, a través de lo simbólico y no necesariamente del malestar corporal? Haciendo énfasis en un tipo de violencia, que no se encuentra dentro de lo cotidiano como evidente. 

Bolívar Echeverria, explica como la opinión pública ha cambiado la percepción que tiene sobre violencia. Atribuyendo al Estado la cualidad de la perfección y en posición de utilizarla como un monopolio total y justificado, el Estado neoliberal es participe de un “Estado de bienestar” y la opinión pública o mass media rechaza a la violencia como un recurso político que cuestione el trabajo de la institución. 

La política neoliberal, toma un punto de vista a-político, dando mayor peso a la implementación del mercado y el poder a la sociedad burguesa de “civilizar y modernizar” aquella parte de la sociedad civil que se encuentra dentro de los marcos de marginalidad y disfuncionalidad. La propiedad privada es primordial, los deseos del poder económico también fantasean con conseguir el control no solo de la fortuna, sino del espíritu. Por ello, se hace justificable la violencia, pues a través del poder económico, se pueden resolver los conflictos que se generan por la “lucha económica”. 

De esta forma, se cita a Horkheimer, y su contribución respecto a formular un nuevo tipo de Estado, es decir, un Estado autoritario, donde se monopoliza la propiedad privada, la circulación se halla mediada por unos cuantos y es impuesta a la sociedad. El capital expulsa al Estado y las relaciones sociales se dan a través de la mercantilización, a la par surge una “violencia dialéctica”, en la cual existe una dependencia constante entre quien la ejerce y la práctica. 

Este tipo de violencia se ve originada en el catolicismo del siglo XIX, la cual se ejerce con el objetivo de negar al otro, al que se pueda martirizar a través del cuerpo, este se expone y se somete, se elimina a partir de considerar su existencia inferior, escondida entre lo salvaje y justificada a través de la salvación divina. La “culturas primitivas” son ejemplo de ello, se les odia, por que significan una alternativa sobre su mismo ethos. Por ello surge una justificación frente a este tipo de violencia, en la cual interioriza las relaciones capitalista de producción y oculta el lado de una historia oscura; las opresiones de la modernidad. 

Ana María Riveido, define al Estado neoliberal, como aquel que se conforma de un orden represivo y se organiza a través de la violencia, atribuye al terror una política crucial del mismo. La violencia legal y física toman sentido, pues según la autora, preexiste un “código de violencia publica organizada”, el Estado forma parte de una administración de la muerte. En el existe la ley, el terror y la legitimación, también la denegación, es decir, el borramiento de sus crimines y la invisibilización de los excluidos, suprimiendo sus espacios de resistencia. 

El Estado corporiza el sin-lugar, destruye la memoria, por ello la categoría de desaparecido es importante, pues se supone resistencia al borramiento espacial, histórico y simbólico. Así pues, se hace viable llamarlo terror neoliberal, el cual “acuerpa” a los desechados, criminalizados y hace natural la excusión, “privatiza la responsabilidad”, es decir, que culpabiliza a las víctimas y articula su impunidad. Esto nos lleva al camino de la formación de una epistemología que tiene por estandarte el terror. 

El Estado se convierte en una violencia de acción “mortífera”. Se retoma pues, la importancia de una reapropiación del espacio y la historia, donde el nombrar a los excluidos forme parte de una “construcción democrática como resistencia”. Así, se considera importante entrever que el cuerpo tiene un sin-lugar, que no existe, no es nombrando y el Estado hace todo lo posible por abandonarlo, tanto en su administración de la muerte como de la destrucción de su memoria y territorio social. 

Pablo Tasso, propone ampliar la idea que se tiene de violencia, desarrollándola como a un fenómeno histórico y político. Partiendo en el “periodo colonial” y aterrizándola al “imperialismo actual”. Igualmente, hace una crítica a la intelectualidad latinoamericana, las cuales abandonaron categorías como “imperialismo” y “clase social”, siendo que en su mayoría son intelectuales de la urbanidad, dejan fuera, conceptos que no se adecuan a sus realidades “modernas”, por ello, se hace forzoso redefinirlos, con el objetivo de explicar la violencia que surge en el tercer mundo. 

En este sentido, el imperialismo y colonialismo tienen una conexión, pues las ideologías se hacen semejantes, en la actualidad, bajo el indicio de países desarrollados y subdesarrollados, los primeros dan soluciones a partir de la experiencia europea para que los segundos alcancen un desarrollo económico y de este modo se instalen la idea de progreso, el autor la llama “violencia de desarrollo”, ella experimentada desde un periodo anterior: el colonialismo. 

En el colonialismo se justifica la violencia con el aparente beneficio hacia los conquistados, a los colonizados se les niega capacidades intelectuales y la imposibilidad de generar un gobierno propio, y por su parte, los colonizadores precisan la definición de que es lo “humano” a partir de su universal euro-centrista, llamando “violencia justa” a su derecho de evangelizar, convirtiéndose así en el “pacto mortífero más civilizado de la modernidad”. 

De este modo, aparece el concepto de “civilización”, que se menciona, aún sin tener en cuenta los procesos de construcción de dicho concepto, que fue el de la capacidad de aniquilar a los pueblos que no tenían los valores del colonizador o en su defecto, para que estos los concibieran a partir del sometimiento. 

En el imperialismo actual, según el autor, existe una presencia de esa misión civilizatoria. Con ello viene el neoliberalismo y el fenómeno de la violencia, el cual encarna muchas contradicciones, por ejemplo, el creer en la idea de democracia cuando el sistema mismo se basa en la propiedad privada y competencia, el distinguir el desarrollo como igual en todos los contextos, y creer la ficción de que la modernidad es definida como pacifica la cual es impulsada por occidente, siendo que, se ha originado de una “civilización brutal”. Por ello, se hace forzoso, explicar la violencia como aquel fenómeno que “domestica”, y es llevado a cabo a partir de la “violencia del desarrollo”, imponiéndose en aquellos países los cuales se consideran subdesarrollados. 

Finalmente, Víctor Paya brinda un análisis inquieto, sobre los tipos de castigos que existen dentro de las prisiones, mismos que requieren del cuerpo para poder efectúalos y asegura que más allá de reacoplar al criminal a la sociedad, se le profesionaliza al ámbito delictivo, debido a todos los parajes que tienen que vivir dentro de la cárcel. 

El cuerpo se vuelve un puente para controlar. La suciedad y el excremento una figura importante de poder. La incertidumbre de igual modo es crucial en el control de sus cuerpos, pues están a la expectativa de saber que les espera, que castigos les serán aplicados, si un operativo viene en camino o bien, si existe la posibilidad de trasladarse a otros penales. 

Las penitenciarías conservan sus propios códigos y el proceso de despersonalización hace más cómoda la vigilancia, pues se deshumaniza a través de prácticas de degradación , la droga se vuelve un “analgésico” para soportar el sistema de encierro y la realidad ahí dentro, de este modo, se hace ineludible poder hacer un análisis de esa violencia, sobre todo a partir de que son considerados como la basura social, el desperdicio y la inmundicia. 

Durkheim define al delito como un hecho social normal, mismo que se presenta en todas las sociedades, sin embargo, este atenta con el pacto de lo civil y transgrede la moralidad, en este sentido, el castigo toma el papel compensatorio y los sistemas penales son parte de esos “mecanismos sociales para hacer justicia”, con el objetivo de devolver la seguridad a las y los afectados, bajo esta misma lógica, la ley también es fundamental para facilitar la convivencia y el respeto por el cuerpo del Otro. 

La readaptación en este sentido, se vuelve el pretexto perfecto, para vislumbrar la auténtica cargo del Estado, es decir, el castigo. En él, el cuerpo se ve sometido a leyes de lenguaje, deseo, genética, interacciones sociales y poder. De esta manera el autor se hace la siguiente pregunta, ¿a quién pertenece el cuerpo? y Erving Goffman a través de la sociología del cuerpo dice que debemos definirlo simbólicamente de acuerdo con la cultura en que se encuentra, siendo que el cuerpo es aquel vehículo con el que puedes circular, pero también su misma existencia que requiere un espacio, puede invadir el de los demás, pudiendo ser violento. 

Se requiere un cuerpo para definir el yo, y la sociedad occidental contemporánea hace de la limpieza corporal un requisito, educa nuestro cuerpo, siendo que es el principal intruso y generador de suciedad (sudor, sangre, olores etc.). La exposición del cuerpo es por sí mismo una “exhibición contaminara” , ahora la exposición del cuerpo desnudo ante la autoridad y residuos contaminantes provocan el inicio del proceso de despersonalización, pues la convivencia con el cuerpo y sus suciedades tiene el propósito político y simbólico de destruir la identidad del sujeto criminal, de todos los personajes del cautiverio que están “atrapados en los intestinos del Estado”. 

Asimismo, el autor aclara que la política de control corporal forma parte de la dinámica de cualquier institución, tanto en la escuela, como el ejército, sin embargo, la brutalidad con la que se lleva a cabo en las penitenciarias tiene mucho que ver con el dolor corporal y sometimiento a cuerpos que son desechados, concluyendo que existe un poder y violencia a través del castigo. 

Finalmente, a modo de reflexión, es importante resaltar que todas y todos definen al Estado o Estado neoliberal como el principal acusado de sustentar el poder a través de la violencia, llevada a cabo y materializada a través del castigo del cuerpo o relaciones económicas. La cuestión, es que en nuestros países latinoamericanos es común sentir y conocer algún cuerpo que implique aquellas cuestiones, Ayotzinapa por ejemplo con cuerpos ausentes, los pueblos originarios víctimas de genocidios y de la política del terror, el narcotráfico y las cárceles más cercanas, los feminicidios, el robo de territorios con finalidades capitalista y de progreso, por ejemplo, el aeropuerto contra el que lucha Atenco o el tren maya, que implican cuerpos no hegemónicos que resisten incluso la mano dura del Estado. 

Por tales motivos, es evidente el por qué llamarle violencia, pues es una violencia feroz e innegable en la cotidianidad de los latinoamericanos, sin mencionar que la viven principalmente la gente que existe entre las periferias . Sin embargo, el punto al que se quiere llegar es que hay una antesala de esas violencias, las violencias más sutiles que dan puerta a que la física se lleve a cabo, en todas sus formas. Se especula a la mirada como la mensajera de la proximidad de violencia física y coercitiva. 

Dando un ejemplo particular, desde la perspectiva de género, por ejemplo, una violencia incuestionable hacia el cuerpo es el feminicidio y la violación, un daño directo y doloroso. Sin embargo, existe la violencia que nadie visibilidad y normaliza a partir de medios de comunicación, al limitar a la mujer como objeto, como inferior, incapaz de mostrar el cuerpo de modo que no satisfaga al Estado, mujeres sujetas a la institución. En este sentido, el simple hecho de salir y exponerse al mundo es motivo de vigilancia, principalmente en la mirada de los agresores. Con la mirada, devienen las palabras agresivas o amablemente violentas, de las palabras deviene los gritos, de los gritos los palpamientos indeseables tanto en la institución como en el transporte público y así sucesivamente hasta llegar al feminicidio. 

Se concluye, que es importante poner atención en esas violencias aprendidas como normales. Lo mismo se piensa, por ejemplo, en cuestiones de racismo, homofobia, pues se vive a través de cuerpos expuestos, acechados por las miradas que se justifican a través de los contextos culturales, sociales y políticos del momento. El genocidio de pueblos enteros se puede prever a partir de como se mira a la mujer indígena o negra, exponiendo su cuerpo en alguna parte de la urbanidad. La violencia en las cárceles se justifica a partir de mirar sus aspectos de vulnerabilidad y encierro, en el caso del Leviatán, como cuerpos sucios. Por ello, se hace necesario reflexionar el como miramos y nos miran, para de está forma poder reclamar la mirada como un espacio seguro. Pero también identificar que a través de la mirada puedes justificar cualquier tipo de violencia y asimismo llevarla a cabo. 

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